Cuando me pongo a seleccionar fotos de una sesión en el Adobe Bridge, procuro tener claro qué busco en ellas para darlas por buenas, desechando todas las imagenes imperfectas que salen en el intento.
Esa es la premisa más importante que siempre tengo presente al diseñar una sesión: «¿qué quiero conseguir?». Supongo que me la debería preguntar más veces en la vida.
Una vez que me he peleado contra mí mismo, contra mis circunstancias y contra las de todos los presentes en la sesión, paso a la fase de selección y cuento con un material ante el que me hago la misma pregunta «¿qué quiero conseguir?», con la diferencia de que ahora tengo que elegir entre varios triunfos conseguidos en muchas de las fotos: he conseguido la foto que quería el cliente, he conseguido sacar guapa a la actriz o a la modelo, la ropa se ve bien, la luz mola, hay expresiones potentísimas, fotos con efectos compositivos increíbles… pero solo debo entregar una o varios pares de cada cambio.
Con el tiempo he aprendido que tratar de complacer a alguno de los asistentes a la sesión es un suicidio, incluído el jefe, y no lo digo por prepotencia.
Si llevo la moto a un mecánico, y me dice que hay que redistribuir el truje del ferodo, no me parece que me lo diga por prepotencia, sino porque él es quien sabe, por eso le llevo la moto. Y lo que le exijo es que me arregle el truje del ferodo y todo funcione como sobre almohadones, porque si no, le engrasaría yo la cadena, le limpiaría la bujía y esperaría que todo fuese igual de sobre algodones, como hacen algunos. Pues en un trabajo fotográfico, igual.
Y aquí llego a mi desasosiego inicial. Seleccionando las fotos de la sesión, ¿marco como buenas las que me pueden acercar a Avedon, a Testino, a Julia Margaret Cameron o a una fotógrafa croata que persigo en internet y que me parece inquietante?.
Pero generalmente me quedo con otra opción: selecciono las fotos que no asusten a mi cliente o a la redactora de la revista, dentro de que tengan un puntito molón.
Según repaso, tengo que pasar por encima de fotones que me abducen por su impacto visual, pero ¡ay!, está un poco trepidada… ¡ay! tiene los ojos cerrados… ¡ay! se corta un dedo en el encuadre… y finalmente, esa búsqueda de autenticidad se difumina y pongo la atención en problemas de moda estética, que un espectador, seducido por la potencia de una actitud y no por una foto, no vería. No sé por qué me viene a la memoria esa frase de «cuando el sabio señala la luna, el tonto mira el dedo» (poner icono de carita pensativa).
Una vez que ha pasado el tiempo y reviso trabajos anteriores, ya no recuerdo las conversaciones de preproducción, ni las decisiones de última hora que surgieron en la sesión. Tampoco recuerdo que hubo un dedo señalizador y me fijo en lo que queda: imágenes. Ni me doy cuenta de que están un poco movidas o que el encuadre es extraño o la intención de la mirada del sujeto está … quién sabe dónde, seguramente en ese lugar al que le pedí que se fuese, a ese espacio interior desde el que estuvo enviándonos mensajes mágicos que yo intuí y cacé, pero que luego deseché y no se publicaron porque no coincidían con lo esperado, porque eran auténticamente inexactos, inconcretos, oscuros e inesperados,
Fíjate qué casualidad, ¡es como lo que persigue cualquier artista al hacer fotos!: detener el tiempo hasta el punto de descubrir una realidad inexacta e inesperada. Magica, como lo sintieron nuestros bisabuelos cuando se vieron por primera vez en una foto y que hoy lo hacemos con tanta normalidad que nos parece normal, aunque no lo sea, como la lluvia, o que salga agua del grifo.
Pues oye, ha sido como una especie de nirvana, visto un poco de lejos, eso sí, pero clarísimo. No sé si me atreveré, aún, a entregar 6 fotos de éstas en el próximo trabajo, vosotros me entendeis, pero voy a intentar que haya alguna inquietante, que obligue a plantearse al director de arte, «está un poco movida, pero mola» «vaya, nunca me habría imaginado ésta expresión en ésta mujer», «esta foto está oscura, pero tiene rollo», y a ver qué decide.
De momento voy a ir poniendo, las que me gusten, en mi Instagram, y si descubro por qué son especiales y lo sé explicar, lo haré por aquí. O sea, que pretendo que éste blog sea una fuente de preguntas e inquietudes compartidas, y espero que haya muchas. A partir de ahí, está lo que se llama creatividad.
Thanks, Madelaine. 😉